18 de abril de 2018

Cuadernos canadienses (VI): alrededores de Quebec

Además de recorrer el centro histórico de Quebec, también tuvimos ocasión de dedicarnos uno de los días a visitar unos cuantos lugares que están en los alrededores de la ciudad. Y para aprovechar mejor el tiempo, lo que hicimos fue ir a primera hora al lugar que nos pillaba más lejos, para después ir retrocediendo, de nuevo en dirección a Quebec, dejarlo a nuestra espalda y poner rumbo a Montreal, que sería nuestra siguiente etapa.

Centro de recepción de visitantes de Sept-Chutes
El primer sitio al que nos dirigimos fue el Parc régional des Sept-Chutes, que está a unos 54 kilómetros de Quebec. El recorrido es muy bonito, ya que va todo el rato paralelo a la orilla del río San Lorenzo, dejando a la izquierda el monte Sainte-Anne, y llega un punto en el que deberemos tomar un desvío que nos hará adentrarnos en el cañón Sainte-Anne, hasta el parque; el último tramo es una carretera estrecha, toda rodeada de bosque y árboles. A la entrada del parque paramos para que nos informaran de los recorridos, dejamos el coche un poco más adelante y ya nos dispusimos a patear; no pateamos el parque entero, lógicamente, porque es enorme, pero por si a alguien le interesa, se puede pasar allí más tiempo del que lo hicimos nosotros porque hay zonas donde acampar y también un refugio.

Hay también varias rutas senderistas para elegir, todas ellas de dificultad baja o media, que van desde los 2 kilómetros de la más corta a los casi 7 de las dos más largas; así que dependiendo del tiempo que cada uno tenga para pasarlo allí, puede decantarse por unas u otras. También existe la opción, si no nos apetece caminar, de tomar un trenecito que lleva hasta una de las cataratas, donde se puede cruzar al otro lado utilizando un puente de madera y cuerdas que por cierto se mueve bastante y que a mí me recordó a una película de Indiana Jones. Aunque sin duda lo más espectacular, y que es lo que le da el nombre al parque, son las siete cataratas; son siete saltos de agua que aquí aprovecharon para construir, allá por los primeros años del siglo XX, una central eléctrica que también se puede visitar.

Las cataratas
Por supuesto, puedes pasar en el parque todo el tiempo que quieras; siempre teniendo en cuenta que si coges el tren, deberás estar pendiente de los horarios de vuelta, a no ser que quieras hacer el recorrido inverso caminando, claro. En cuanto a la opción de acampar allí o de utilizar el refugio, nosotros no lo hicimos pero con lo organizados que son los canadienses, y teniendo en cuenta que la acampada libre allí no se estila, como conté al hablar de nuestra excursión a Algonquin, estoy casi segura de que habrá que ponerse en contacto con ellos para reservar sitio con antelación. En cualquier caso, dejo aquí el enlace para poder realizar las reservas para la acampada, porque el de reservar alojamiento en el refugio no he conseguido localizarlo por ningún sitio.

Después de haber pasado en el parque la mayor parte del día, nos pusimos de nuevo en marcha; volvimos a tomar la misma carretera por la que habíamos llegado, y después de desandar el camino llegamos, en algo menos de media hora, a la basílica de Sainte-Anne-de-Beaupré, que es muy famosa por estos lares; en primer lugar porque al parecer los muchos peregrinos que la visitan encuentran aquí la cura para sus enfermedades, y en segundo lugar porque Santa Ana es la patrona de Quebec, "cargo" que ostenta en compañía de San Juan Bautista.

Basílica de Sainte-Anne-de-Beaupré
Es un  templo neorrománico, con planta en forma de cruz latina, y la altura de sus dos torres es de casi 100 metros, con lo cual resulta bastante espectacular cuando estás justo frente a ella. De largo también tiene los mismos metros, pero en este caso no se aprecia igual que la altura, ni mucho menos. Los relieves de su fachada son para pasarse un buen rato observándolos, ya que incluyen imágenes de la vida de Santa Ana con todo lujo de detalles; y en su interior hay varias capillas, aunque la más destacada es la de la Inmaculada Concepción (que era la madre de Santa Ana), y también unas cuantas más pequeñas dedicadas a otros santos. Como curiosidad, tenemos también en el interior del templo una copia de La Piedad de Miguel Ángel.

Por último, hicimos una pequeña parada en la cascada de Montmorency, la más alta de toda la provincia de Quebec, con sus 83 metros; de hecho es incluso más alta que las de Niágara, que yo siempre había pensado que serían altísimas hasta que al verlas en directo me di cuenta de que espectaculares desde luego sí son, y mucho, pero no las más altas de Canadá. La de Montmorency se encuentra en la desembocadura del río que comparte nombre con la propia cascada y con el parque en el que está.

Aquí también hay varias opciones, como ir subiendo hasta el puente para ver la cascada desde lo más alto, para lo cual hay unos cuantos tramos de escaleras con miradores en los que podemos ir parando; o bien coger el funicular que nos lleva desde la base, donde está el lecho del río, hasta el punto más alto, donde se forma la cascada. En cualquier caso, la verdad es que las vistas son increíbles, y desde lo más alto del puente se puede ver perfectamente incluso toda la ciudad de Quebec, que está tan solo a unos 14 kilómetros de aquí.

Funicular en Montmorency
A estas alturas ya se nos empezaba a hacer un poco tarde, así que hacia las 6 más o menos decidimos ponernos en marcha hacia Montreal; el trayecto hasta allí era de algo más de 250 kilómetros y con el límite de velocidad de las carreteras canadienses nos iba a llevar un rato, así que preferimos no tener que llegar allí muy de noche por si no teníamos tanta suerte con encontrar hotel como en Quebec.

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